Estoy seguro de que algunos todavía recuerdan el pequeño libro acerca del cambio, titulado ¿Quién movió mi queso? Se trata de dos ratoncitos y dos hombrecillos que tenían acceso a una bodega donde almacenaban queso y vivían felices. Uno de los ratoncitos comienza a notar que el queso está disminuyendo y cada vez es de peor calidad.
Un día el queso desaparece por completo. Entonces, los ratoncitos instintivamente comienzan a buscar queso en otros lugares hasta que encontraron un depósito donde hay queso de mejor calidad en cantidades enormes. Por el contrario, los dos hombrecillos se confunden hasta que uno de ellos decide explorar donde conseguir queso y al igual que los ratoncillos encuentra el nuevo queso.
El otro hombrecillo ni siquiera quiso contemplar la idea de un queso diferente y se quedo esperando que las cosas cambiaran y posiblemente murió de hambre.
Pues, a mí me parece que lo del COVID-19 le ha movido el queso a todo el mundo. Como el queso representa cualquier cosa de la cual dependemos, puede ser un trabajo, una persona, o una dieta. Pienso que el cristianismo en América se ha enfocado tanto en centrar sus actividades en el templo que hemos creado dependencia del edificio.
Al crear dependencia del edificio, la iglesia se ha vuelto vulnerable a los huracanes, los tornados, las inundaciones, atentados terroristas, carencia de gasolina, fenómenos sociales, fallas de la electricidad y la tecnología. O ¿Sera posible tener grandes cultos sin aire acondicionado? O ¿Ir a un culto a más de tres millas si carro? O ¿Cuándo la ciudad se inunda?
El covid-19 simplemente está poniendo de manifiesto que nuestra eclesiología solo funciona bajo condiciones ideales. Y, cuando esas condiciones se alteran, muchos no saben dónde buscar el queso espiritual.
En cambio, la iglesia tal como la diseño el Señor Jesucristo y como la practicaron los apóstoles podía movilizarse y expandirse bajo las condiciones más adversas; nada la podía detener. Era como un virus más contaminante que el covid-19.
El factor contaminante del cristianismo era la presencia de Cristo. Los primeros cristianos vivían conscientes de su presencia, lo honraban y exaltaban diariamente con sus vidas. Su práctica diaria de la presencia de Cristo era contagiosa y aunque había persecución a veces de parte del gobierno o de la religión dominante, muchos querían contagiarse.
La iglesia era una minoría portadora de un virus contagioso dentro de una población receptora que al ver lo que el virus hacía, muchos respondían con deseo contagiarse.
La iglesia del primer siglo no predicaba ofertas, ni diseñaba sus reuniones para que fueran del gusto de la mayoría. Al contrario, los nuevos contagiados sabían que al bautizarse corrían el riesgo de sufrir persecución, deportación, expropiación, prisión, tortura, o la muerte. Pero tenían el virus de la presencia de Cristo.
El queso de la presencia de Cristo no solo esta en el templo; ya se lo dijo el apóstol Pablo a los filósofos del areópago en Atenas: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, …. para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no esta lejos de cada uno de nosotros.” Hechos 17:24-27
Mi deseo es que lo que estamos viviendo en estos días, nos mueva a pensar fuera de la caja, a revisar nuestra eclesiología, y a explorar el Nuevo Testamento en busca de formas más simples y pertinentes de discipular, plantar iglesias y esparcir el evangelio.
My Cheese and COVID-19
I'm sure some still remember the little book about change, titled Who Moved My Cheese? It’s about two little mice and two little men who had access to a warehouse where they stored cheese and lived happily. One of the little mice begins to notice that the cheese is decreasing and it is getting worse and worse.
One day, the cheese disappears completely. So the mice instinctively start looking for cheese elsewhere until they find a warehouse where there is better quality cheese in huge quantities. On the contrary, the two little men are confused until one of them decides to explore where to get cheese. Like the mice, he finds the new cheese.
The other little man did not even want to contemplate the idea of different cheese and was left waiting for things to change and eventually died of starvation.
Well, it seems to me that the COVID-19 has moved our cheese around the world. Since “cheese” represents anything on which we depend, it can be a job, a person, or even a certain diet. I think Christianity in America has become so focused on its activities in a place that we have created a dependency on the building.
By creating dependency on the building, the church has become vulnerable to hurricanes, tornadoes, floods, terrorist attacks, gas shortages, social phenomena, power, and technology failures. Would it be possible to have large worship services without air conditioning? Or go to a service more than three miles without a car? Or when the city is flooded?
COVID-19 is simply showing that our current ecclesiology only works under ideal conditions. When those conditions are altered, many don't know where to look for spiritual cheese.
Instead, the church—as designed by the Lord Jesus Christ and as practiced by the apostles—could mobilize and expand under the most adverse conditions; nothing could stop it. It was like a virus more contagious than COVID-19.
The contaminating factor of Christianity was the presence of Christ. The early Christians lived conscious of his presence and honored and exalted him daily with their lives. Their daily practice of the presence of Christ was contagious. Although there was often persecution from the government or the dominant religion, many wanted to catch it. The church was a minority carrying a contagious virus within a receiving population that when they saw what the virus was doing, many responded with a desire to get it.
The first-century church did not preach prosperity, nor did it design its meetings to suit the majority. On the contrary, the newly infected knew that when they were baptized, they ran the risk of persecution, deportation, expropriation, prison, torture, or death. But they had the virus of the presence of Christ.
The cheese of the presence of Christ is not only in the temple; the apostle Paul already told the philosophers of the Areopagus in Athens, “The God who made the world and all things that are, being Lord of heaven and of the earth, does not inhabit temples made by human hands,…. so that they may seek God, if in some way, by feeling, they can find him, although he is certainly not far from each one of us. ” Acts 17: 24-27
My hope is that what we are experiencing these days will move us to think outside the box, to review our ecclesiology, and to explore the New Testament in search of simpler and more relevant ways to disciple, plant churches, and spread the gospel.